En
Misión secreta Blanca Morel nos entrega veinticinco relatos, veinticinco
dígitos que nos invitan a pulsar múltiples secuencias hasta dar con el fruto
encendido. En ese juego combinatorio accedemos a un universo regido por leyes físicas
y espirituales aún no escritas y que se trenzan para ofrecernos el conjuro de
la cotidianeidad y la inesperada gesta del milagro. En definitiva, una búsqueda
de los puntos intersticiales que nos conectan con otros planos de la realidad.
Lo primero que resplandece al acceder a este paisaje
destilado es la polivalencia de las voces narrativas. De acuerdo don Carlos
Reis, si el autor corresponde a una entidad real y empírica –en este caso, la
propia Blanca– el narrador se entiende como un autor textual que, en ocasiones
–según Todorov– encarna una imagen fugitiva que no se deja aprehender y que
reviste constantemente máscaras. De esta forma, Misión secreta está
poblado por múltiples antifaces que sorprenden por sus enfoques, sus
perspectivas y sus focalizaciones. Desde la utilización de la primera y segunda
persona del singular hasta la confección de la omnipresencia, el registro
verbal que palpita en el libro seduce por su amplio repertorio. En esa
pluralidad hay algo que une a todas esas voces: la huella de donde proceden.
Para Walter Benjamin, “la huella del narrador queda adherida a la narración
como en el vaso de arcilla queda la huella de la mano del alfarero”. Morel,
mediante su artesanía, logra una huella de equilibrio que mantiene en constante
tensión el ritmo respiratorio de la obra.
Los personajes de cada uno de los relatos resaltan por
su permeabilidad. Los contornos de su existencia se desdibujan dando paso al desdoblamiento
de la conciencia o a la alteridad de realidades paralelas. En todos ellos la
espesura psicológica juega un papel determinante para el desenvolvimiento de
sus destinos. Por ejemplo: “Yo cada vez más confuso por el personaje secundario
de mi cabeza que cuestionaba que estuviera pasando algo más allá de mi
imaginación”, “Hay demasiadas analogías, demasiado lenguaje. Dan miedo las
palabras”. De igual forma, los protagonistas se debaten entre el mundo
cotidiano que los rodea y la búsqueda de la epifanía que les brinde un vínculo
con lo sagrado: “El presente existe en plenitud cuando lo hallamos. A veces
conseguimos habitar el presente”.
De pronto, en esas combinaciones, descubrimos el
nombre de algunos personajes: Vida, Davi, Gabriel, entre otros… Conforme
avanzamos en la lectura, un desconcierto y microclima de suspense se van
adueñando de las páginas. Como si de un eco premonitorio se tratara, vamos
descubriendo que, aunque cada relato se presume independiente, en realidad
tejen un paisaje subterráneo que el lector tiene que descubrir por su propia
experiencia. Entonces, el título Misión secreta cobra un nuevo sentido: el
lector se convierte en un personaje más de la trama y debe intentar descifrar
las conexiones subyacentes en ese cosmos fragmentado. Los personajes crean
pasadizos, hacen un ejercicio de espeleología para colarse en diversos relatos
y convertir el libro en una retícula de analogías y correspondencias. No nos
extrañe, pues, ver que algunos protagonistas son presencias intermitentes que
van apareciendo y reapareciendo a lo largo de esos veinticinco dígitos
existenciales.
Las escenas y las tramas que operan en Misión
secreta seducen por su flotabilidad. Todas ellas conforman un paisaje en
suspensión creando atmósferas del entredicho. El existencialismo, el
esoterismo, los juegos metaliterarios, los niveles suprasensoriales, lo onírico
tejen vínculos con el universo borgiano y las fulguraciones de Silvina Ocampo o
Clarice Lispector.
Un crucifijo que se anima y desciende, una persona ajena
a la cucaracha que le recorre el cuerpo, las líneas de las manos que decrecen,
un hombre en un bar que cree haber hallado la correspondencia del universo, una
niña que mantiene amistad con un árbol, una plataforma en la que se juega a un
juego que no consiste en nada… Todo confabula para internarnos en una
revelación conjunta y volvernos partícipes de su misterioso aliento.
Al llegar al punto final de la obra, el lector sentirá
crecerle una raíz por dentro, una interrogante más en esta búsqueda de
contraseñas. Misión secreta se construye así como una red que ensaya
nuevos modos de epistemología, nuevas formas de acceder a un pasadizo que nos
conecte con verdades aún por descubrir. En este paisaje destilado Blanca Morel,
en boca de uno de sus personajes, nos demuestra que “las palabras no explican
la realidad pero pueden conjurarla”.
***
Texto leído en la presentación del libro el miércoles 19 de junio de 2019 en Café Ajenjo (Madrid)
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