Mi primer contacto con la
escritura de Daniel Bernal Suárez fue su poemario titulado Escolio con fuselaje estival. Desde un comienzo, el título me
hipnotizó como si se tratara de un código críptico, y ese misterio se acentuó
justo cuando inicié la lectura.
Un escolio suele referirse a una anotación o comentario al margen
acerca de un texto; en ese sentido, pareciera que los poemas del libro fueran los
testigos presenciales del texto que transcurre en el mundo, calcografías de lo
que el poeta anota o comenta sobre las formas y ritmos que acontecen en el
universo. Bajo este aspecto, podríamos enraizar el poemario con la tradición
simbolista francesa que concebía al universo como un texto y al texto como un
universo; dicho con más precisión, Daniel Bernal recoge con singularidad una de
las pautas más sugerentes de la poesía moderna: la de la teoría de las
correspondencias, el diálogo entre los diversos órdenes que pueblan nuestra
realidad.
Escolio con fuselaje estival está estructurado en 4 partes: Pleura equinoccial, Anagrama mnemotécnico de un cuerpo perdido, Escolio con fuselaje estival y un Apéndice. En las tres primeras partes, en lo que se refiere a la
forma, asistimos a una constelación de signos que se despliegan y se contraen,
que se mueven en el espacio de la página dando la sensación de cambios de
gravedad en la lectura y en la sintonía que se desprende de la distribución de
los versos. Por momentos parece una partitura musical, un registro rítmico de
la voz y el universo.
Los temas del tiempo, el
pensamiento, la disgregación de la conciencia, la aprehensión del mundo, la
muerte, el erotismo, se van sucediendo a modo de disolvencias articuladas. La
presencia del agua como fuerza cósmica creadora tiene un papel determinante.
Constantemente aparecen pinceladas que nos revelan un intercambio de anatomías
entre lo atmosférico y lo humano: “el arcano himen del océano”, “el oleaje de
las venas”, “el cuerpo que deseas gotea un centelleo”, “presiona el mar el
prepucio de los tallos”, “dulcificados esfínteres sobre la tinta astral”, “el
insomnio y su germinación basáltica”, “el tallo ocular de los racimos”, “un
vegetal me veo, un vegetal me siento”… Hasta que los límites desaparecen y
surgen pasajes tan reveladores como los dos siguientes:
Veo nadar mis células en un agua tenue: habré de ser el mucílago
impenetrable de un eclipse. Veo mis branquias arder en lavas recientes. Sobre
la hoja la célula aislada de un cultivo: aguas resonantes combaten su membrana.
(ante el asedio me enquisto en un cráter larvario)
***
mi rostro putrefacto de amatistas
refleja el instante fisiológico
la noche el caracol el mediodía
reverdece la luz magnética: me
atenúa
y se desdobla en paraguas el
pensamiento
Igualmente, es reconocible la
fusión entre el microcosmos y el macrocosmos y la constante referencia a
pequeños agentes minerales u orgánicos, hecho que nos hace pensar en los gérmenes de Jules Supervielle. Esta
característica quizá se deba al interés que el poeta tiene por las Ciencias Biológicas,
estudios a los que se ha encaminado. Esto explicaría a su vez la original y
lograda combinación de campos semánticos que encierran muchas de las imágenes
del libro. Daniel incorpora al lenguaje poético las nomenclaturas biológicas y
científicas liberándolas de sus conceptos y dándoles una nueva vida a través
del lenguaje. Esta es sin duda una de las labores principales de la poesía:
reavivar las palabras mediante ellas mismas.
No debiéramos pasar por alto la
inclusión del mar como elemento paisajístico o metafórico. Dentro del
imaginario de la poesía canaria, el mar se libera de su geografía material para
habitar las páginas de una tradición insular que ha sabido oler la brisa
universal de otros parajes, hecho que sin duda puede apreciarse en la espuma de
este poemario.
Finalmente, el libro se cierra
con un Apéndice donde los puentes
entre ciencia y poesía se hacen de nuevo notar. En él, Daniel nos ofrece un
bosquejo de referencias que constituyen, en mayor o menor medida, un marco
contextual de su poética. La labor crítica del poeta frente a su obra, rasgo
hereditario desde T.S. Eliot y Baudelaire hasta nuestros días, es el duelo en
que toda creación se debate consigo misma hasta alcanzar su más agudo grado de
expresión para el que fue concebida. Daniel Bernal hace de su voz esa óptica
meticulosa bajo la cual los versos transitan como microorganismos precisos en
una Caja de Petri. Esos microorganismos de pronto adquieren proporciones gigantescas
y nos convidan la disección del signo entre lo cognitivo y lo metafísico.
Poesía de disección y de liberación: el signo constelar que surge de lo
imperceptible.
***
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