miércoles, 8 de febrero de 2017

El dormilón despierto


(Imagen caricaturizada del estereotipo del mexicano perezoso)


Durante los años sesentas, el pensador francés Edgar Morin desarrolló el concepto de Imaginario Colectivo para referirse al conjunto de mitos, símbolos, formas, tipos y figuras que existen en una sociedad en un momento dado. Este concepto se vio impulsado tanto por los medios de información como por la cultura de masas, dando por resultado una incesante circulación  de dichos aspectos sociales. En mi opinión, dentro del Imaginario Colectivo cabrían también diversos estereotipos nacionales que han roto sus fronteras para posicionarse como ícono aglutinador de un país en concreto, una forma muy próxima a lo que podría llamarse mito urbano. Estos estereotipos suelen emparentarse más con la desvirtuación de las formas  que con la realidad  de donde proceden.  A veces, son generados desde dentro del propio país, y en ocasiones, a causa de la mirada del otro, es decir, del extranjero. Sea cual sea el origen de estos íconos, lo curioso es ver cómo llegan a convertirse en una suerte de estandarte que muestra una estampa casi inamovible.

Una de las estampas que siempre me ha llamado la atención es aquella que nos retrata a los mexicanos como un hombre dormido, recargado en un cactus y con un sombrero que le cubre el rostro. Este estereotipo se ha posicionado mundialmente de forma burlesca para denotar que el mexicano es un ser perezoso, un dormilón por completo.

He investigado las posibles raíces que originaron este estereotipo y me he encontrado con varios hallazgos, la mayoría de ellos simplemente retratan o denuncian el cliché y otros en cambio se aventuran a indagar sobre su posible origen; de estos últimos, la historia que tiene mayor convicción y peso es la de una anécdota que recae sobre una de las obras del escultor colombiano Rómulo Rozo.

Rómulo Rozo fue un escultor colombiano que vivió gran parte de su vida en México, concretamente en Yucatán. Siempre mantuvo una debilidad por la artesanía mexicana y una profunda admiración por la sabiduría y el pensamiento indígenas. Estos rasgos lo llevarían a crear una de sus obras cumbre: El pensamiento. Se trata de una escultura en piedra de unos 60 cm de alto que encarna a un indígena sentado con las rodillas recogidas y  la cabeza, cubierta por un sombrero, apoyada en ellas. Su idea era reflejar el carácter reflexivo de la cultura indoamericana, pero una anécdota lo cambiaría todo. Se cuenta que dicha escultura fue expuesta por vez primera en la Biblioteca Nacional de México en 1932. En dicha exposición alguien puso al pie de la escultura una botella de tequila. La suerte quiso que en el reportaje gráfico de aquella exhibición apareciera la imagen de la escultura junto a la botella.  A partir de ahí, la imagen fue banalizada, caricaturizada y se dice que fue el detonante del estereotipo del mexicano flojo, perezoso y dormilón. Otras fuentes omiten la anécdota de la botella y simplemente se orillan a pensar que con la simple escultura bastó para engendrar el estereotipo.

Sin embargo, me gustaría aquí ofrecer mi punto de vista de lo que pudo haber sucedido para que ese estereotipo se originara, o en su defecto, se reforzara. Lo que voy a contar tiene que ver con un viaje al desierto de San Luis Potosí que realicé hace ya casi 20 años. Después de haber acampado una semana en pleno desierto y de haber conocido de cerca la cultura del peyote y de la etnia huichol, nos dirigimos en caravana hacia el pueblo fantasma Real de Catorce. Durante el trayecto asistimos a una de las imágenes más espectrales y potentes que recuerdo. En pleno desierto, vimos formarse pequeños y delgados torbellinos de arena que semejaban ánimas, el fenómeno según nos dijeron era conocido como “piernas de polvo”. En el paisaje se apreciaban cientos de cactus y de pronto aparecieron ellos. Decenas de huicholes se encontraban recargados en dichos cactus, con las piernas dobladas o recogidas y con un sombrero sobre la cabeza para protegerse del sol y del calor excesivo. Entonces el antropólogo que nos acompañaba nos dijo: están relajados, depurándose, como en estado de trance, vienen de comer peyote y ahora están meditando o asistiendo a sus revelaciones.    

Inmediatamente me surgieron esas dos imágenes contrapuestas: la del indígena y su cultura alucinógena y medicinal, y la del estereotipo del mexicano perezoso. Pensé entonces que quizá muchos extranjeros que vieran esa estampa (e incluso muchos mexicanos de otras regiones) y que desconocieran su fondo, pensarían que esas personas se encontraban descansando o echando una siesta. Todo lo contrario, esos hombres no estaban dormidos, estaban despiertos, meditando. Por ello, pienso en ese estereotipo mexicano no como un perezoso sino como un “dormilón despierto”, una conciencia mestiza que desde sus orígenes aún guarda ese carácter reflexivo y trascendental que Rómulo Rozo quiso expresar en su escultura.

Considero que dicho estereotipo no solo parte de aquella escultura sino también del desconocimiento de la realidad indígena y su mala interpretación. Es curioso que hasta la fecha a los mexicanos se nos represente con esa desafortunada caricaturización indígena; sin embargo, el trasfondo de esa imagen habla de una de las herencias vivas que nos componen.

En el revelador libro del historiador Enrique Flores Cano titulado “Mitos mexicanos”, aparecen diversos personajes analizados por varios autores. Entre esos personajes se encuentran: el vulcanizador, el “pueta”, el licenciado, la diva, la secretaria, entre otros tantos. Yo añadiría a esa lista: el dormilón, desmitificando por supuesto el estereotipo para posicionarlo en una realidad que se ajuste más a las coordenadas de su procedencia.

De momento encojamos las rodillas, apoyemos la cabeza en ellas y cerremos los ojos. Dormir despiertos nos hace ver realidades de conciencia indescifrable.  



El Pensamiento (1930), escultura de Rómulo Rozo


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