De noche en la oficina (1940) de Edward Hopper
Hace unos años, el poeta canario Juan Carlos de Sancho me
compartió una anécdota que le sucedió en México a raíz de la presentación de su
magnífico y entrañable libro Poetas de Islas Canarias, del cual él mismo se ocupó de la selección y el prólogo. Dicha
anécdota tuvo lugar cuando se leyó el poema “Viviendo” de Domingo Rivero, considerado el precursor del
movimiento modernista en las Islas Canarias y que justo es el que abre el
libro. Los 4 primeros versos del poema dicen:
Mi oficina da al mar.
Desde la silla
donde hace treinta
años que trabajo,
las olas siento en la
cercana orilla
de las ventanas
resonar debajo.
Al terminar la lectura del poema, uno de los asistentes
comentó la extrañeza y a su vez la valentía que le provocaba escuchar en un
poema modernista la palabra “oficina”, ya que, en el contexto en el que fue
escrita, la sensibilidad estética respondía a otro tipo de imaginarios. Incluso
el asistente comentó que en México es impensable encontrar un poema modernista
en donde pueda hallarse ese tipo de palabras.
La anécdota, que al parecer es sencilla y sin trascendencia,
se me quedó dentro y me hizo reflexionar sobre la libertad que en nuestros días
gozan los poetas para poder abrazar el lenguaje sin ningún tipo de manifiesto,
restricción o estética dirigida. Al parecer, o esa es la sensación que me
llega, las palabras se han acabado debido a que se han vuelto todas posibles
para la poesía. Quizá sea ese el destino del lenguaje en relación con la
escritura: cristalizarse en su máximo punto de llegada para mimetizarse en un
nuevo punto de partida, absorberse en su propio fuego para resurgir de sus
cenizas. La transgresión que en su momento suponía utilizar esta o aquella
palabra, se ha vuelto un hecho habitual y ahora el peso de esa transgresión
radica en el propio imaginario y en la relación mistérica que el poeta
establezca de forma singular con su propio quehacer poético.
Este hecho es un arma de doble filo, ya que cada poeta, al
tener total libertad de elegir las palabras
para la elaboración de un poema, también tiene la responsabilidad de
convertir esas palabras en poesía; es decir, hacer que en sí mismas o en su
conjunto nos parezcan recién nacidas, nos invoquen y nos golpeen con ese soplo
alquímico que nos hipnotiza en la lectura.
Hace más de 2030 años el poeta latino Horacio proponía crear
giros poéticos nuevos a partir de términos conocidos, incluso llegó a escribir:
“Lograrás un verso excepcional si una palabra usada se convierte en una nueva
por una ingeniosa combinación”. Hoy, que todas las palabras están por demás
usadas y desgastadas, esa excepcionalidad se vuelve imprescindible a la hora de
componer una imagen, un verso, un sonido, una experimentación del lenguaje.
Se acabaron las palabras… y sólo nos queda devolverles el
asombro con que en su momento fueron por primera vez pronunciadas.
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