(Imagen caricaturizada del estereotipo del mexicano perezoso)
Durante los años sesentas, el pensador francés Edgar Morin
desarrolló el concepto de Imaginario
Colectivo para referirse al conjunto de mitos, símbolos, formas, tipos y
figuras que existen en una sociedad en un momento dado. Este concepto se vio
impulsado tanto por los medios de información como por la cultura de masas,
dando por resultado una incesante circulación de dichos aspectos sociales. En mi opinión,
dentro del Imaginario Colectivo cabrían
también diversos estereotipos nacionales que han roto sus fronteras para
posicionarse como ícono aglutinador de un país en concreto, una forma muy próxima
a lo que podría llamarse mito urbano.
Estos estereotipos suelen emparentarse más con la desvirtuación de las formas que con la realidad de donde proceden. A veces, son generados desde dentro del
propio país, y en ocasiones, a causa de la mirada del otro, es decir, del
extranjero. Sea cual sea el origen de estos íconos, lo curioso es ver cómo
llegan a convertirse en una suerte de estandarte que muestra una estampa casi
inamovible.
Una de las estampas que siempre me ha llamado la atención es
aquella que nos retrata a los mexicanos como un hombre dormido, recargado en un
cactus y con un sombrero que le cubre el rostro. Este estereotipo se ha
posicionado mundialmente de forma burlesca para denotar que el mexicano es un
ser perezoso, un dormilón por completo.
He investigado las posibles raíces que originaron este
estereotipo y me he encontrado con varios hallazgos, la mayoría de ellos simplemente
retratan o denuncian el cliché y otros en cambio se aventuran a indagar sobre su
posible origen; de estos últimos, la historia que tiene mayor convicción y peso
es la de una anécdota que recae sobre una de las obras del escultor colombiano
Rómulo Rozo.
Rómulo Rozo fue un escultor colombiano que vivió gran parte
de su vida en México, concretamente en Yucatán. Siempre mantuvo una debilidad
por la artesanía mexicana y una profunda admiración por la sabiduría y el
pensamiento indígenas. Estos rasgos lo llevarían a crear una de sus obras
cumbre: El pensamiento. Se trata de
una escultura en piedra de unos 60 cm de alto que encarna a un indígena sentado
con las rodillas recogidas y la cabeza,
cubierta por un sombrero, apoyada en ellas. Su idea era reflejar el carácter
reflexivo de la cultura indoamericana, pero una anécdota lo cambiaría todo. Se
cuenta que dicha escultura fue expuesta por vez primera en la Biblioteca
Nacional de México en 1932. En dicha exposición alguien puso al pie de la
escultura una botella de tequila. La suerte quiso que en el reportaje gráfico
de aquella exhibición apareciera la imagen de la escultura junto a la botella. A partir de ahí, la imagen fue banalizada,
caricaturizada y se dice que fue el detonante del estereotipo del mexicano
flojo, perezoso y dormilón. Otras fuentes omiten la anécdota de la botella y
simplemente se orillan a pensar que con la simple escultura bastó para
engendrar el estereotipo.
Sin embargo, me gustaría aquí ofrecer mi punto de vista de
lo que pudo haber sucedido para que ese estereotipo se originara, o en su
defecto, se reforzara. Lo que voy a contar tiene que ver con un viaje al
desierto de San Luis Potosí que realicé hace ya casi 20 años. Después de haber
acampado una semana en pleno desierto y de haber conocido de cerca la cultura del
peyote y de la etnia huichol, nos dirigimos en caravana hacia el pueblo
fantasma Real de Catorce. Durante el trayecto asistimos a una de las imágenes
más espectrales y potentes que recuerdo. En pleno desierto, vimos formarse pequeños
y delgados torbellinos de arena que semejaban ánimas, el fenómeno según nos
dijeron era conocido como “piernas de polvo”. En el paisaje se apreciaban
cientos de cactus y de pronto aparecieron ellos. Decenas de huicholes se
encontraban recargados en dichos cactus, con las piernas dobladas o recogidas y
con un sombrero sobre la cabeza para protegerse del sol y del calor excesivo.
Entonces el antropólogo que nos acompañaba nos dijo: están relajados, depurándose, como en estado de trance, vienen de comer
peyote y ahora están meditando o asistiendo a sus revelaciones.
Inmediatamente me surgieron esas dos imágenes contrapuestas:
la del indígena y su cultura alucinógena y medicinal, y la del estereotipo del
mexicano perezoso. Pensé entonces que quizá muchos extranjeros que vieran esa
estampa (e incluso muchos mexicanos de otras regiones) y que desconocieran su
fondo, pensarían que esas personas se encontraban descansando o echando una siesta.
Todo lo contrario, esos hombres no estaban dormidos, estaban despiertos, meditando.
Por ello, pienso en ese estereotipo mexicano no como un perezoso sino como un
“dormilón despierto”, una conciencia mestiza que desde sus orígenes aún guarda
ese carácter reflexivo y trascendental que Rómulo Rozo quiso expresar en su
escultura.
Considero que dicho estereotipo no solo parte de aquella
escultura sino también del desconocimiento de la realidad indígena y su mala
interpretación. Es curioso que hasta la fecha a los mexicanos se nos represente
con esa desafortunada caricaturización indígena; sin embargo, el trasfondo de
esa imagen habla de una de las herencias vivas que nos componen.
En el revelador libro del historiador Enrique Flores Cano
titulado “Mitos mexicanos”, aparecen diversos personajes analizados por varios
autores. Entre esos personajes se encuentran: el vulcanizador, el “pueta”, el
licenciado, la diva, la secretaria, entre otros tantos. Yo añadiría a esa
lista: el dormilón, desmitificando por supuesto el estereotipo para
posicionarlo en una realidad que se ajuste más a las coordenadas de su
procedencia.
De momento encojamos las rodillas, apoyemos la cabeza en
ellas y cerremos los ojos. Dormir despiertos nos hace ver realidades de
conciencia indescifrable.
El Pensamiento (1930), escultura de Rómulo Rozo
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