En esta habitación hay un ave que planea, un aleteo que fluye y se materializa en párpados de óleo y brea. En sus alas un signo que precede al tiempo, que lo contrae y lo ensancha como un pálpito, un feto de colores, una adivinación de ceniza. La obra plástica que nos rodea, es el vitral por el que el ave nos grazna en una convivencia de espejismos y confabulaciones, de imaginarios que se contrastan y se complementan.
En una de sus alas, Hipólito García Fernández “Bolo”, nos
convida la cauterización de un pincel que descubre un jeroglífico sobre la
nieve. Negro sobre blanco, revelación y ocultismo. Su trazo marca el ritmo de
lo aéreo y lo mineral, un movimiento que revela el rictus de lo primitivo con
un acercamiento a las caligrafías orientales. Detrás de la brea las figuras
desdicen sus límites para dar paso a un estado contemplativo, mistificación de
lo naif, imantación de un movimiento continuo e incisivo. Hálitos que
fosforecen llenos de interrogaciones y nos convierten en cómplices de sus
nervaduras. Sus pulsiones evocan las tintas de Henri Michaux o los fulgores negros
a pequeña escala de Robert Motherwell. Abstracción del espíritu en favor de la
marea del ser, ala que pulveriza su textura y deja flotando en el aire su
enigma.
Mientras tanto, en la otra ala, Jorge “Coco” Serrano: un
asma visual que plasma su vaho de pupilas, que nos revela que la pintura más
allá de una superficie es más bien una condición, una presencia. La hipnosis que
se aprecia en su obra roza un clima de ebullición y plenitud a la vez que un
caleidoscopio de vacuidad, es decir, una inclinación a borrar al creador para
convertirse en creación misma. La superposición y simbiosis de colores afloran
de tal modo que semejan la hoguera de los múltiples yoes que nos habitan. La impresión directa de sus dedos sobre la
materia refleja un cuerpo a cuerpo que nos obliga a preguntarnos ¿Quién pinta a quién? La taquicardia de
ángulos y geometrías denotan el carácter irreflexivo y gestual de su obra,
parajes donde los ecos del art brut,
de Rothko o de Pollock, dan a sus huellas dactilares la génesis de un incendio
en constante gesticulación.
En esta habitación con trastes, el ave nos convida estas dos
singladuras, estas dos miradas que no responden a representaciones directas del
mundo, sino a la transfiguración de la conciencia y su manifestación plástica que,
paradójicamente, terminan por en cerrar un mundo en sí mismo. Paisajes alterados que buscan inyectar un
principio de ingobernabilidad a las formas comunes que rigen el universo.
El ave grazna de nuevo, gira en círculos sobre nuestras
cabezas, traza su aliento sobre nuestros ojos y termina por disolverse en las
paredes de esta habitación.
Algunas pinturas de Jorge "Coco" Serrano. Foto: Carmen Lafuente
Algunas pinturas de Hipólito García Fernández Bolo. Foto: Carmen Lafuente
(Este texto fue leído el pasado 10 de noviembre con motivo de la inauguración de la exposición de la obra plástica de Hipólito García Fernández "Bolo" y Jorge "Coco" Serrano, en el bar madrileño María Pandora)
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