(Juan Carlos de Sancho, El paraíso terrenal, Editorial Velarde, México, 2014)
Las 33 composiciones que integran El paraíso terrenal del poeta Juan Carlos de Sancho pueden
apreciarse como pequeñas escalas de un viaje en donde la palabra bautiza las
impresiones de una mirada que observa las entrañas de un nuevo lugar. En todas
ellas, una voz meditativa nos convida fragmentos que rozan no sólo lo
experiencial sino lo evocador. Si bien se ha dicho que uno de los temas
fundacionales de la poesía moderna es precisamente el del individuo
enfrentándose a la ciudad, ese enfrentamiento se traduce en fascinación cuando
quien lo experimenta es un yo poético con
una membrana capaz de descifrar y cantar los signos de una cultura sentida como
propia.
La poesía de Juan Carlos de Sancho puede compararse con una
pleamar, es decir, su palabra mece y descubre tanto el oleaje de la superficie
como el de las corrientes abisales. Palabra que siembra visiones del Zócalo
mexicano, del puerto de Mazatlán o de Manhattan, pero que también se funde con
la ensoñación de lo paisajístico y sus enigmas enterrados.
La confluencia de tiempos y espacios hace que de pronto
surjan compañeros de viaje: desde Catulo y Matsuo Basho, hasta Lowry, Bartebly,
Pessoa, Raymond Carver, Truman Capote, Sergio Pitol u Octavio Paz. Tinta en
tránsito que teje una nueva realidad que trastoca el pensamiento
reconfigurándolo en experiencia literaria.
Su estilo es variado y metamórfico; por momentos roza la
paradoja de la tradición zen mediante textos parecidos a los koans, y por otros alcanza las raíces de
lo maravilloso cotidiano y del
surrealismo trascendental.
Este paraíso terrenal
no sólo nos convida de una sabia y fresca reinvención de los cuadernos de viaje, sino que penetra en
nosotros con tal agudeza y encantamiento que acaba por convertirnos en el
viajero en cuestión. Una odisea que se adentra en el misticismo del pasado
precolombino y en los secretos que guardan ciertas especies de fauna.
Este camino de signos trazado por Juan Carlos de Sancho nos
recuerda que, gracias a la poesía, todos somos huellas de viajes ajenos.
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