miércoles, 14 de octubre de 2015

Palabras amadas: el Winnipeg de Neruda



Hay veces en las que una palabra determinada nos llama la atención ya sea por su sonoridad, su significado o su extrañeza. Dentro de todo el universo del lenguaje, resulta curioso que repentinamente una palabra nos seduzca con su plumaje y su trino, y resalte así sobre todas las demás. Esta suerte de flechazo inesperado adquiere aún más misterio cuando la víctima es un poeta, para quien todas las palabras resultan, si no imprescindibles, al menos bellas.

En uno de sus libros póstumos*, Neruda nos revela con asombro y nostalgia cómo fue que llegó a sentir un especial aprecio por la palabra “Winnipeg”. En 1939, Neruda, conmocionado por la derrota del frente de Barcelona y la huida de medio millón de españoles hacia Francia, pidió in extremis una cita con el aquel entonces presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerda, para solicitarle su apoyo hacia el inminente exilio español. Fue entonces cuando Pedro Aguirre nombró a Neruda como Cónsul Especial para la Inmigración Española con sede en París. El poeta fue enviado por el gobierno chileno a Burdeos para ayudar a la labor de exilio de cientos de españoles que esperaban reconstruir su aliento en un nuevo continente. Neruda confiesa sus más entrañables experiencias en aquellos días donde él mismo colaboraba en la revisión y selección de las personas que subirían al barco en cuestión. Neruda mostró un gran gesto de sensibilidad al permitir a más de dos mil quinientos españoles la oportunidad de abordar aquella nave, desafiando las normas de cupo que el gobierno chileno tenía previstas. Neruda no se amilanó y respondió con una fraternidad como la que otros tantos poetas han manifestado en casos de tanta penuria humana. Finalmente, el barco zarpó rumbo a Valparaíso con más de dos mil republicanos que “cantaban y lloraban”.

Ese barco de esperanza se llamaba “Winnipeg”.  El Winnipeg era un viejo carguero francés de la I Guerra Mundial que habitualmente hacía un recorrido de corta distancia transportando apenas a una veintena de personas. Este barco sería el responsable de realizar un viaje de 1 mes transportando a casi 2,500 almas. El Winnipeg finalmente cumpliría su cometido al atracar en el puerto de Valparaíso el 2 de septiembre de 1939.

Transcribo a continuación las palabras con las que el propio Neruda detalla su encuentro, ya no con aquel navío, sino con la palabra “Winnipeg”:

“Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg. Las palabras tienen alas o no las tienen. Las ásperas se quedan pegadas al papel, a la mesa, a la tierra. La palabra Winnipeg es alada. La vi volar por primera vez en un atracadero de vapores, cerca de Burdeos. Era un hermoso barco viejo, con esa dignidad que dan los siete mares a lo largo del tiempo. Lo cierto es que nunca llevó aquel barco más de setenta u ochenta personas a bordo. Lo demás fue cacao, copra, sacos de café y de arroz, minerales. Ahora le estaba destinado un cargamento más importante: la esperanza.”

El texto continúa detallando las vivencias de aquella travesía, resaltando un breve diálogo con un trabajador del corcho que intentaba convencer a Neruda de que en Chile habría cabida para su oficio, e  incluso reproduciendo el telegrama que el poeta recibió como advertencia al posible sobrecupo: “Informaciones de prensa sostienen que usted efectúa inmigración masiva españoles. Ruégole desmentir noticia o cancelar viaje emigrados”.

Finalmente, Neruda resolvió aquellos imprevistos zarpando por fin hacia Chile con el Winnipeg repleto de españoles exiliados. Para el poeta chileno esta experiencia fue un poema en carne viva, tanto así que el texto finaliza con estas palabras: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”.

Con el Winnipeg, Neruda nos heredó la fascinación que encierra una palabra amada y también la enseñanza de que los poemas no empiezan en la página en blanco, sino en la página del día.



*El libro póstumo al que me refiero es “Para nacer he nacido”, Seix Barral, México, 1979.  El texto al que hago alusión pertenece al Cuaderno 5 y lleva por nombre El “Winnipeg” y otros poemas.


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