(Detalle del libro, fotografía Melhinda H.)
Se abre el libro y con él una atmósfera aguda va
cristalizándose. A la manera de pequeños astros los signos parpadean, hacen
guiños, asoman imágenes de una escritura etérea. Las estrellas son esferas de
gas con temperaturas y tamaños variables. A distancia parecen un abecedario
sólido y brillante que nos murmura augurios y misterio; así vamos comprendiendo
el título de la obra de Melhinda, “La estrellas también”, un título que nos
contagia de inercia, de puntos suspensivos que el lector tendrá que descifrar
en el transcurso del texto para responderse sus propias interrogantes: ¿Las
estrellas también qué?
A primera vista, la disposición de los versos habla de esa
deconstrucción a la que se hace referencia en el primer apartado del libro: “Del
poemario y el autor”. En todo momento somos testigos de una lengua espacial que
se apodera de la página como si fueran los brillos y haces difuminados de esas
estrellas. El título de los textos, en
vez de al inicio, va incorporado dentro del cuerpo del poema; es un recurso
estilístico que replantea los órdenes y los límites de esa materia oscura -la tinta-
como si su núcleo se expandiera formando espirales y sonidos. En ese sentido, al establecer contacto con la
forma que adopta la escritura de Melhinda, se tiene la sensación de estar
frente a imágenes simultáneas que pueden leerse y releerse de formas múltiples,
como si ese poema-río, ese poema-galaxia estuviera burbujeando y hablándonos
desde diversas posiciones. Esas formas contrastan con las líneas que traza la
naturaleza de sus fotografías, paisajes imaginarios y reales que se alternan
tejiendo sus hábitats.
Los versos introductorios “ardes/ silencio/ en mano” y “las
estrellas también” van preparando el tono y el contenido total del libro. Hay
muchas imágenes que destacan tanto por su magia como por su unión de
contrarios, imágenes como: “oscuro jarabe”, “fuente quemada”, “palabras
desangrándose en la oscuridad”, “ave ciega”, “bosque apagado”, “eco de luz”,
“las sombras dejan de bailar”, “lluvia recién levantada”, etc… Son espejos que resplandecen
y crean visiones fractales. Incluso cualquiera de esos versos es digno del
título de algún poemario.
La presencia de los elementos atmosféricos (aire, agua,
fuego, tierra) también dan cohesión y unidad a estas estrellas. Algunos poemas hacen
pensar en el cubismo de Pierre Reverdy en donde el tono y el mensaje del poema
quedan un suspense, en un entredicho sostenido por una sucesión de tiempos y
espacios.
En la poesía de Melhinda hay ese misterio abisal que nos
habla con extrañeza y escalofrío. Esto se aprecia con más fuerza en los poemas “Cuerpo
a cuerpo”, “Eco de luz” y “Esculpen el aire”.
La fotografía que se baraja en su obra cumple una función de
extensión y contrapeso que da acercamientos y panorámicas de entornos
naturales. La división del poemario en 3 partes (Agonía, Retiro y Albor) teje
perfiles y continuidad, polvo cósmico donde la voz se presenta en forma
desarticulada y simultánea haciendo que el lector tenga que correr el riesgo de
encontrar sus propias lecturas.
Contemplación y surrealismo, fotografía y signos, aparición/
desaparición, haces de luz que nos comparten su secreto: ese que dice que las
estrellas también pueden ser cuerpos deletreados.
(Detalle del libro, fotografía Melhinda H.)
Nota: Este texto fue leído como parte de la presentación del poemario en el mes de septiembre en Madrid.
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