viernes, 26 de enero de 2018

“Poliedro” de Álvaro Guijarro o la geometría de la palabra



Ilustración interior de Toño Benavides


El año pasado salió a la luz Poliedro, el quinto libro del poeta Álvaro Guijarro (Madrid, 1990) y que viene en una cuidada edición de la mano de Antipersona. A primera vista, el título nos remite a un cuerpo geométrico, a una composición de múltiples caras que da cuenta de un mismo objeto. Pero basta con sumergirse en las primeras páginas para que ese objeto adquiera proporciones místicas y se deifique bajo la apariencia de un ser hipnótico que se convertirá en el protagonista de una mitología personal.

El libro se inicia con Albor, un texto que sirve de mise-en-scène y que anuncia tanto la derrota del poder como la reconversión del espíritu humano. Ese es el escenario en donde hace su aparición el dios Poliedro (“Podría decirse que es dios en tanto en cuanto existimos los que nos somos él”), una divinidad redentora que irrumpe para inaugurar la edad de la Recreación.

Más allá de la fórmula maestro/discípulo, la obra se construye en base a un momento epifánico en el que la voz narradora nos confiesa: “Una mañana, detrás del 24 horas de mi barrio, conocí a Poliedro, que se acercó a mí cuando era fuerte y mi cerebro podía ausentarse de cualquier beso”. Esta cercana y repentina aparición nos obliga a pensar si Poliedro, más allá de “una causa imaginada”, es la alegoría de una figura urbana que de pronto descoloca el equilibro de la vida redireccionándola hacia una nueva cosmovisión.

A partir de este hecho, el libro adquiere una conciencia dúctil que nos irá mostrando diversas facetas en el contenido y en la forma. En lo que respecta a ésta última, podríamos señalar que la de Guijarro es una escritura prismática, es decir, una proyección de tonalidad y espesura que lo lleva a indagar tanto en el relato y la prosa poética como en el diálogo directo y el verso. Con esto podemos asegurar que el concepto de “poliedro” no sólo se cierne a la construcción de un personaje, sino a la forma en la que el lenguaje descompone su haz de tinta para proyectarse en un abanico de representaciones, tal como lo suele hacer un rayo de luz atravesando un prisma.

 Poliedro de Álvaro Guijarro (Antipersona, 2017)

Poliedro rehúye de la parábola y prefiera la poesía como vehículo de revelación, así expresa su voluntad de “ser brillo epistolar en la contienda” y guiar a lo perdido. Además de la construcción de imágenes y paisajes metafísicos, la voz de Guijarro también se adentra en la hermenéutica, es decir, en la interpretación de los misterios que subyacen en la propia palabra: “Hablaban con palabras pero ignoraban que las palabras hablaban otro alfabeto que nada tenía que ver con la utilidad de las palabras” (p.16). Vemos, como señalamos anteriormente, que el contenido de la obra también tiene esa multiplicidad a la que alude el título y que en esta ocasión se expresa mediante la plasticidad y la autorreflexión de la propia escritura.

A lo largo de la lectura somos testigos de aproximaciones hacia conceptos ontológicos que la voz intenta desgranar: la Verdad, la Felicidad, la Libertad, el Ser, la Realidad. De igual forma, acudimos a intensas conceptualizaciones sobre el lenguaje: el Estilo, la dicotomía Interior/Exterior, la Identidad, el Símbolo, entre otras. En lo que respecta al Símbolo leemos: “El mayor deseo del lenguaje, y de las oscuras ideas que pueden devenir del lenguaje, es el descanso y la paz de los símbolos” (p.28).

La alquimia con la que Guijarro trastoca el mundo nos deja inmóviles por su precisión y su fundación imposible. Su voz posee el fulgor y la elegancia que nos heredó el simbolismo francés estirando los límites de las metáforas hasta volverlas mágicas e incuestionables. Sería una labor compleja capturar aquí todos esos instantes en los que la obra nos incendia como lectores; pese a ello, no me resisto a compartir algunos de ellos: “Oscilando, los océanos mueven a sus peces de sitio y sin perdón” (p.20), “la sustancia es una jungla/ de pasajeros sonidos y mamíferos/ sabios como la desesperanza” (p.15), “No pertenezco a esta ficción: ¿alguien dijo patria? Banderas son a mí solamente ecuaciones de color” (p.25), “las flores/ que hoy inflo desde un tren/ con carisma de pájaro rumiante” (p. 35), “¿No escucháis el rumor de las piedras imposibles?” (p.37), “el destino/ es un milagro que no existe/ y que, además, ya ha sucedido” (p. 38).

Poliedro es el híbrido relato de los poderes secretos del lenguaje en consonancia con la conciencia humana. Una obra en constante tensión ya no solo por su dialéctica sino por su mixtura de imágenes urbanas, estilos confluentes y abstracciones simbólicas. Al concluir su lectura descubrimos que en realidad somos una de las múltiples caras de este cuerpo geométrico y único: la poesía.   

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