lunes, 3 de diciembre de 2018

MarArado de Jorge Coco Serrano: poéticas del tacto y del reflejo


La exposición que late ante nuestros ojos podría definirse como un oleaje bifurcado: por un lado, el tacto de la mirada (la fotografía), y por el otro, la mirada del tacto (la pintura). Es en esa paradoja conceptual donde se funda la obra que nos convoca en este instante. Dos detenciones del movimiento que vuelven a bifurcarse para lograr su plasticidad: mientras que en la fotografía se captura la imagen de una realidad inmediata, en la pintura se construye una realidad transmutada en imagen. Así, en este juego de ecos y reverberaciones, acudimos a dos lenguajes próximos y disímbolos: el fotógrafo como testigo y el pintor como intervención. Identidades disueltas, al fin y al cabo, en lo que podríamos denominar una frontera híbrida.

Esa frontera parece estar inyectada de lo que Shklovski llamaba “extrañamiento”, es decir, extraer un objeto de su cotidianidad para llenarlo de arte, de sensación de vida. Agua, latido, irrigación. MarArado.

En lo que respecta al universo fotográfico, Jorge Coco Serrano nos propone una acertada y lúdica poética del reflejo. El mar se despoja de sus capas de profundidad y se nos aparece tendido en la arena con su pátina más laminada, un espejo líquido con hambre de presencias. Si algunos fotógrafos como Eugene Atget se valieron del vidrio de los escaparates para crear una síntesis ambigua de reflejos y corporeidades, Coco Serrano se vale del rastro de la marea para capturar anatomías y volúmenes que se transmutan en platitud. Los cuerpos humanos se evidencian por su inmaterialidad cristalizada en una estética de lo fluvial, de ahí que para hablar de estas figuraciones desleídas tengamos que recurrir al concepto de “instante decisivo” del que Bresson se valía al capturar un parpadeo, una huella de luz concebida como única e irreproducible. Podemos imaginar a Coco Serrano esperando el caballo de la ola, su alfombra de baba dispuesta sobre la playa para disparar una instantánea en el momento justo de apresar siluetas antes de que su espejo refractor desaparezca. Es así como se crea un haz lumínico en el que se involucra directamente al espectador: si las fotos atestiguan el reflejo de unos cuerpos, esos cuerpos ¿dónde están?, ¿entre nosotros?, ¿detrás de nosotros?, ¿somos nosotros? En su famosa obra La cámara lúcida, Roland Barthes afirmaba que la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente, es decir, “le añade ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto”. MarArado. Arañar aquello que huye.

Yéndonos al otro oleaje que hoy nos convoca, la pintura, vemos cómo ese arar se vuelve palpable. Capas de sedimento, geología del rasguño, colores pronunciando un diafragma en profundidad. Lo figurativo del reflejo se trastoca en arenisca, expresionismo de un tacto salino, plancton acumulado en sus destellos. La técnica evidencia una relación sustancial entre lo mirado y lo tocado, de pronto el mar se coagula en su horizontalidad, deviene horizonte, cromatismo coagulado. No hay cuerpos sino sustancias, luz solidificada en paisajes esencialistas. Texturas y abstracciones que nos remiten al lenguaje perimetral de Rothko o a las superficies informalistas de Barnett Newman. Emociones abstraídas, gestos erosionados de un agua fosilizada.

MarArado nos invita a ser seres salinos, a deconstruirnos en granos y minerales de una excavación profunda: aquella que la mirada hurga y mantiene su equilibrio entre los restos de una asmática marea. Seamos, pues, el oleaje y asumamos sus restos.






(Tres obras de la exposición by Jorge Coco Serrano)

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El texto formó parte en la inauguración del pasado jueves 15 de noviembre en "Madre Flaca" (c/ del Olmo 26, Madrid). La expo puede disfrutarse hasta el 15 de diciembre de 2018.


viernes, 14 de septiembre de 2018

Torrepoético: Festival Internacional de Poesía en Torrelodones



¡Todo listo para que arranque Torrepoético! Del 14 al 16 de septiembre estaremos celebrando la palabra en el Festival Internacional de Poesía en Torrelodones. Será un placer formar parte de esta edición que contará con la participación de los poetas: Luis Alberto de Cuenca, Ana Rossetti, Ángela Segovia, José Luis Gómez Toré, Yaiza Martínez, Viviana Paletta, Ana Castro, María Cano y Maite Arsuaga. Además, se podrá disfrutar de un cuentacuentos de Pep Bruno, un taller para los más pequeños con María García Zambrano y un concierto de Luis Pastor.

Mil gracias a Nuria Ruiz de Viñaspre y a Paula Borrell Soldevila por la dirección, la entrega y la invitación a esta gran celebración, al Ayuntamiento de Torrelodones y a todas las personas involucradas en la organización. 

Para ver el programa de recitales y actividades: pulsar aquí.

Más sobre Torrepoético pulsando en los siguientes enlaces: 




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viernes, 26 de enero de 2018

“Poliedro” de Álvaro Guijarro o la geometría de la palabra



Ilustración interior de Toño Benavides


El año pasado salió a la luz Poliedro, el quinto libro del poeta Álvaro Guijarro (Madrid, 1990) y que viene en una cuidada edición de la mano de Antipersona. A primera vista, el título nos remite a un cuerpo geométrico, a una composición de múltiples caras que da cuenta de un mismo objeto. Pero basta con sumergirse en las primeras páginas para que ese objeto adquiera proporciones místicas y se deifique bajo la apariencia de un ser hipnótico que se convertirá en el protagonista de una mitología personal.

El libro se inicia con Albor, un texto que sirve de mise-en-scène y que anuncia tanto la derrota del poder como la reconversión del espíritu humano. Ese es el escenario en donde hace su aparición el dios Poliedro (“Podría decirse que es dios en tanto en cuanto existimos los que nos somos él”), una divinidad redentora que irrumpe para inaugurar la edad de la Recreación.

Más allá de la fórmula maestro/discípulo, la obra se construye en base a un momento epifánico en el que la voz narradora nos confiesa: “Una mañana, detrás del 24 horas de mi barrio, conocí a Poliedro, que se acercó a mí cuando era fuerte y mi cerebro podía ausentarse de cualquier beso”. Esta cercana y repentina aparición nos obliga a pensar si Poliedro, más allá de “una causa imaginada”, es la alegoría de una figura urbana que de pronto descoloca el equilibro de la vida redireccionándola hacia una nueva cosmovisión.

A partir de este hecho, el libro adquiere una conciencia dúctil que nos irá mostrando diversas facetas en el contenido y en la forma. En lo que respecta a ésta última, podríamos señalar que la de Guijarro es una escritura prismática, es decir, una proyección de tonalidad y espesura que lo lleva a indagar tanto en el relato y la prosa poética como en el diálogo directo y el verso. Con esto podemos asegurar que el concepto de “poliedro” no sólo se cierne a la construcción de un personaje, sino a la forma en la que el lenguaje descompone su haz de tinta para proyectarse en un abanico de representaciones, tal como lo suele hacer un rayo de luz atravesando un prisma.

 Poliedro de Álvaro Guijarro (Antipersona, 2017)

Poliedro rehúye de la parábola y prefiera la poesía como vehículo de revelación, así expresa su voluntad de “ser brillo epistolar en la contienda” y guiar a lo perdido. Además de la construcción de imágenes y paisajes metafísicos, la voz de Guijarro también se adentra en la hermenéutica, es decir, en la interpretación de los misterios que subyacen en la propia palabra: “Hablaban con palabras pero ignoraban que las palabras hablaban otro alfabeto que nada tenía que ver con la utilidad de las palabras” (p.16). Vemos, como señalamos anteriormente, que el contenido de la obra también tiene esa multiplicidad a la que alude el título y que en esta ocasión se expresa mediante la plasticidad y la autorreflexión de la propia escritura.

A lo largo de la lectura somos testigos de aproximaciones hacia conceptos ontológicos que la voz intenta desgranar: la Verdad, la Felicidad, la Libertad, el Ser, la Realidad. De igual forma, acudimos a intensas conceptualizaciones sobre el lenguaje: el Estilo, la dicotomía Interior/Exterior, la Identidad, el Símbolo, entre otras. En lo que respecta al Símbolo leemos: “El mayor deseo del lenguaje, y de las oscuras ideas que pueden devenir del lenguaje, es el descanso y la paz de los símbolos” (p.28).

La alquimia con la que Guijarro trastoca el mundo nos deja inmóviles por su precisión y su fundación imposible. Su voz posee el fulgor y la elegancia que nos heredó el simbolismo francés estirando los límites de las metáforas hasta volverlas mágicas e incuestionables. Sería una labor compleja capturar aquí todos esos instantes en los que la obra nos incendia como lectores; pese a ello, no me resisto a compartir algunos de ellos: “Oscilando, los océanos mueven a sus peces de sitio y sin perdón” (p.20), “la sustancia es una jungla/ de pasajeros sonidos y mamíferos/ sabios como la desesperanza” (p.15), “No pertenezco a esta ficción: ¿alguien dijo patria? Banderas son a mí solamente ecuaciones de color” (p.25), “las flores/ que hoy inflo desde un tren/ con carisma de pájaro rumiante” (p. 35), “¿No escucháis el rumor de las piedras imposibles?” (p.37), “el destino/ es un milagro que no existe/ y que, además, ya ha sucedido” (p. 38).

Poliedro es el híbrido relato de los poderes secretos del lenguaje en consonancia con la conciencia humana. Una obra en constante tensión ya no solo por su dialéctica sino por su mixtura de imágenes urbanas, estilos confluentes y abstracciones simbólicas. Al concluir su lectura descubrimos que en realidad somos una de las múltiples caras de este cuerpo geométrico y único: la poesía.   

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