miércoles, 28 de junio de 2017

Página umbilical: “Con un manuscrito en el horizonte” de Freddy Ayala Plazarte

Con un manuscrito en el horizonte, Freddy Ayala Plazarte, Ed. La Caída, Buenos Aires, 2016.

(El siguiente texto fue leído como parte de la presentación del poemario que tuvo lugar en la Librería Juan Rulfo del FCE, Madrid, España en primavera del 2017)


Todo poema puede ser considerado un manuscrito en la medida en que siempre se está reescribiendo a sí mismo. A pesar de su aparente inmovilidad, los signos que componen el cuerpo de un poema están constantemente amaneciendo, son un horizonte en perpetua metamorfosis, una página umbilical que nos habla en cada lectura desde distintos órdenes.

“Con un manuscrito en el horizonte” de Freddy Ayala Plazarte (Aláquez, Ecuador, 1983) responde a ese misterio de mutación en donde la palabra, la memoria y la naturaleza se trenzan para ofrecernos una escenificación del tránsito de la conciencia a través de diversas líneas espacio-temporales creando una sensación de flashes e indagaciones sobre el devenir. ¿Quién camina sobre el testamento de la piedra? (p.79).

Desde el inicio del libro se advierte un viaje iniciático que comienza con la inquietante aparición de un niño, un niño que vuelve tangible la inmaterialidad de la imaginación y del recuerdo, un niño que se descuelga del tiempo y oscila como un péndulo trayéndonos relámpagos y abismos: el niño salta el cubismo de una rayuela/ y bajo un paraguas polariza las líneas del sol (p. 27).
A la máxima de Rilke que afirmaba que “La única patria del hombre es su infancia”, Freddy nos confirma que es a partir de ese periodo en donde comenzamos a ser horizonte, alquimia y asombro.

Este rito iniciático que Freddy nos ofrece en la primera parte del libro, Carátulas de la infancia, crece y se consolida en las 4 partes restantes: Con un manuscrito en el horizonte, Códices de la memoria, Manuscritos del Mar Muerto y Réquiem de Sara. Pareciera que estemos frente a una cronología poética que comienza en la niñez y termina en un epitafio. Entre esos dos puntos más que una ruptura se advierte una continuidad.

La aparición intermitente de un zapato, de mujeres que transitan hábitats naturales, del halo de los antepasados y de la sabiduría del abuelo, nos van colmando de un empirismo que la voz poética nos revela en éxtasis contemplativo y compenetración con el paisaje regalándonos imágenes perturbadoras: hacia la noche va una estrella a chocar su pentagrama fósil (p. 48), en el horizonte los espejos ahorcan la partida de un pájaro (p. 66), La lluvia deja sus pezuñas en el aluminio de mis ojos (p. 83).

Aunada a este clima contemplativo, surge una atmósfera de thriller psicológico que hace de contraparte frente a la serenidad y la ensoñación. En todo momento de la lectura intuimos que hay una intriga sepultada, un suceso balbuceando bajo el manuscrito:

Escapa un neumático por el taciturno espejismo de la carretera/ la resonancia de una voz cuelga/ del encorvado diámetro de un cuchillo/ los ecos de ventanas/ sostienen las arrugas/ de mi rostro (p.51), acaba la sospecha de un disparo en el horizonte/ en el índice de un libro/ yace el cuerpo de una salamandra (p. 44).

¿Qué se esconde bajo esas escenas de aparente crimen? ¿Qué pistas dibuja el horizonte de la escritura para mantener en tensión la respiración del texto? Todo parece apuntar a una trama en donde el peligro de una experiencia cercana a la muerte y la celebración de la vida desdicen sus círculos para mostrarnos ese constante renacer al que somos sometidos en situaciones extremas.

Mediante una poética lúcida, en donde el lenguaje es guiado por una lámpara de conciencia que lo obliga a expulsar sus demonios de forma perfilada, Freddy nos ofrece en este poemario una ofrenda, un hábitat de signos, un agua cambiante que nos interroga y pulveriza nuestro reflejo para asistir de nuevo a su recomposición. Manuscrito y horizonte nos recuerdan aquella frase de Montaigne: No pinto el ser sino el tránsito, y en este caso, el tránsito y la perpetua reescritura de las experiencias poéticas. 


*Con un manuscrito en el horizonte obtuvo el II Premio de la Bienal Nacional de Poesía "Juegos Florales" en 2011 y el Premio Nacional de Poesía "Jorge Carrera Andrade" en 2015.