miércoles, 11 de enero de 2017

De la "conclamatio" y la nostalgia por los muertos

Herbert Draper. 1898 "Lamento por la muerte de Ícaro"


En la antigua Roma existía una ceremonia de enterramiento llamada conclamatio. La conclamatio consistía en gritar a todo pulmón 3 veces el nombre del muerto para darle un último adiós o para comprobar si efectivamente se encontraba sin vida. Este rito romano no sólo era frecuente en la realidad sino también en la literatura. Por poner un ejemplo, tanto Virgilio como Ovidio hacen referencia a esta ceremonia en sus obras. En el caso de Virgilio, la referencia al rito aparece en las Geórgicas y en el Libro III de la Eneida. Sin embargo, es con Ovidio donde toma más evidencia y peso.

En el Libro II del Arte de amar, aparece un capítulo titulado “De las alas del Amor a las alas de Ícaro”. En dicho capítulo, Ovidio recrea la historia de Ícaro de forma detallada. El pasaje es por demás hermoso, sobre todo la forma en la que Dédalo le aconseja a su hijo Ícaro cómo debe volar en equilibrio sin acercarse mucho al mar ni al sol para que no se derritan sus alas artificiales pegadas a su cuerpo con cera y así poder escapar del encierro en que los mantiene  Minos. Los diálogos de Dédalo son en verdad reveladores y conmovedores. El pasaje adquiere su máxima tensión cuando Dédalo, en pleno vuelo, pierde de vista a Ícaro que finalmente acabará hundido en las aguas. En ese instante, Dédalo grita 3 veces el nombre de Ícaro preguntándose por su paradero. El recurso literario de nombrar 3 veces un nombre propio es conocido como “anáfora triple”, es así que el traductor y estudioso Vicente Cristóbal López compara esta anáfora triple de Dédalo con el rito funerario de la conclamatio.   

Cuando en días inciertos la melancolía y la nostalgia derraman sus cilicios, cuando la memoria derrite sus ceras y nos moja las plumas del vuelo, cuando los Ícaros de mi vida se me presentan en espejismos, cuando el recuerdo me trae a mis muertos cierro los ojos y grito en silencio 3 veces sus nombres, no para comprobar si efectivamente están sin vida, sino para sentir cómo sus vuelos me acompañan.

La conclamatio nos recuerda que pronunciar nombres muertos nos llena de la vida en que aún se fermentan. 

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