miércoles, 29 de noviembre de 2017

Presentación del libro-objeto "Hypnerotomaquia"


*HYPNEROTOMAQUIA* es un libro objeto resultado de un trabajo individual y colectivo de indagación poética en el que se parte de lo onírico. *HYPNEROTOMAQUIA* custodia cuatro símbolos, cuatro objetos mágicos y 32 poemas. Les invitamos a ser testigos-cómplices en la apertura de esta oscura caja de sueños que abriremos en un recital performático.

La cita es hoy miércoles 29 de noviembre a las 21:00 h en el sótano de la Sala Kohelet, ubicada al lado del portal número 3 de la calle Huerta del Bayo que hace esquina con la calle Embajadores (Madrid).

Agradecemos profundamente, tanto a Charles Olsen por su implicación en la maquetación y diseño de la obra, como a José Naveiras por el detalle de las fotografías y el cartel.

Entrada libre hasta completar aforo.

*HYPNEROTOMAQUIA* somos: Blanca Morel, Óscar Pirot, Gema Palacios y Jorge Coco Serrano.


jueves, 2 de noviembre de 2017

Sobre "Asilo" de Cristian Piné



Habitar el lenguaje implica, más allá de nombrarlo, vivir en él. Mudanza de la piel a la página que termina por resolverse en una ventana de signos, reflejos que aguardan su cicatriz. Es en ese tránsito donde la escritura construye su morada transformándonos en huéspedes, testigos fugaces de un asilo de voces. A partir de esa alquimia, de ese transcurrir de lo inmaterial hacia lo físico, la poesía de Cristian Piné trastoca los hábitats domésticos para reconvertirlos en atmósferas extrasensoriales, reflexivas. Si para Gastón Bachelard el beneficio más precioso de la casa es que alberga el ensueño y protege al soñador, este nuevo poemario, “Asilo”, es una casa de lenguaje donde ese mismo ensueño se magnifica a través del desconcierto y la memoria, del refugio y la intemperie, de la arritmia y sus cajas de música.

Nada más abrir el libro descubrimos una llamarada desconcertante, ya que las dos secciones que lo componen forman una aguda dislexia poética: Aíslo y Asilo. Dos palabras confrontadas que se camuflan entre ellas para formar un solo polo, una sola moneda barajando múltiples destellos.

En “Aíslo” las incontables y diminutas piezas de la conciencia ponen en marcha su engranaje para penetrar en la espesura del tiempo. Los poemas que conforman esta sección oscilan como un péndulo evocándonos la espera y el vacío, esa “impaciencia del plástico y sus flores” que rivaliza con quien se sabe criatura consumida a cada instante. Hay una voluntad continua por deletrear el tiempo, un tiempo que se disfraza de natural, artificial y metafísico. Así nos lo evidencian algunos versos: “tiempo mucho anclado/ al vientre de un lentísimo cangrejo”, “todo mi tiempo es onda/ araña que no cae de su rincón”, “eléctrico segundo mueve/ la viva idea de la llama”, “el tiempo dado cuerda/ movido por los brazos de la sombra”, “los relojes ahogando su pila/ el sol pasando sin pausa”, “oro laminado el tiempo y a la vez/  escoba que recoge nuestra piel”, “tecla a tecla el tiempo pasa/ con su ruido de pataleo de mosca”, “segundos de áspero vapor/ que cuentan los pasos del fantasma”, “de tiempo derretido y bruto/ ritmo se anuncia la tarde”, “animal errante es el minuto que ladra y calla a cada instante"…  En fin, una exquisita obsesión plagada de serenidad, lucidez y de una cascada de imágenes que alumbran en el desahucio la estría de la salvación.

Las escenas domésticas en las que conviven una ventana, una habitación, los muebles, las cortinas, el polvo, parecen estar imantadas por la presencia de una silueta carnal que nos comparte su descomposición, una sintonía crepuscular que fluye y se ahoga en ese presente incuantificable que nos desgrana. Esas escenas vienen pobladas por imágenes de ensueño y autodefinición: “este hueco de sangre en mitad de la avenida/ este coágulo sin nombre/ este pan aéreo que arde solo”, “enfermo de ser suma de síntomas y de hongos /enfermo de ser masa hinchada por la espuma/ enfermo del fermento que cubre las heridas/ enfermo de la sola densidad”.

En la segunda sección, “Asilo”, la conciencia temporal se revuelve para desactivar la sintaxis del mundo y del cuerpo brindándoles nuevas pronunciaciones. La búsqueda y la añoranza de la complementación tejen su urdimbre: “Si pudiera ser otro/ y su ceniza si pudiera ser tan solo/ el insecto que se extiende ante la angustia/ volvería a dar la sombra a lo que somos”.

Asilo se nos plantea como una escala vertical de 3 apartados: Paseos por el jardín, Primera planta, Segunda planta, una suerte de dúplex conceptual por donde vamos elevándonos entre ópticas y ángulos. A veces somos testigos de un asilo de celdas acolchadas donde hay un regocijo por la ausencia del otro: “Que me place la carencia cada hueco/ de tu piel que me presentas como signo”. En otras, la sangre, el veneno, las pisadas, una tos puntual, el peligro que acecha desde dentro, un “arriesgarse dar un paso hacia el vacío”, se trenzan perfilándonos un duelo continuo que en ocasiones desea cubrirse de sueño para “Dejarlo todo Dejar de ser preciso/ exacto como el aullido de las letras”.

Al avanzar, el lenguaje se vuelve sobre sí reconfigurándose. Los sonidos, la música afinada a la imagen dibujan con estupor y delicadeza rastros de una convalecencia fraternal con la sombra y la ensoñación hasta llevarnos finalmente a una interrogante: “¿y después?”

Marc Augé acuñó el término “no lugar” para referirse a los espacios intercambiables donde el ser humano se presenta como anónimo. Ya no digamos un asilo, será que la vida es un no-lugar, será que el cuerpo es un siempre estarse yendo, será que somos la casa de algún huésped incognoscible. Esas y otras inercias son las que el lector encontrará en las páginas de este poemario.

En Asilo Cristian Piné nos ofrece una voz poética marcada por el sigilo, esa adecuación donde el lenguaje estira sus filamentos engarzando las palabras y haciéndolas sonar como cuentas de vidrio. Ese misterioso diapasón con que afina las cuerdas de cada poema hipnotiza de igual forma a las imágenes que de él fluyen. Un candor sereno, una audacia para dar el zarpazo y trastocar las formas próximas de la conciencia y conseguir agrietar el enigma del tiempo único: el del poema. Esta obra es un cuerpo a cuerpo con los muros del ensueño, con la casa de la lógica y sus fronteras, un asilo de voces, un diálogo entre la finitud epistemológica y el eterno fluir de las formas.

*(Este texto fue leído como parte de la presentación de "Asilo" en Madrid en el mes de octubre)

lunes, 16 de octubre de 2017

Cuerpos deletreados: "Las estrellas también" de Melhinda H.

(Detalle del libro, fotografía Melhinda H.)

Se abre el libro y con él una atmósfera aguda va cristalizándose. A la manera de pequeños astros los signos parpadean, hacen guiños, asoman imágenes de una escritura etérea. Las estrellas son esferas de gas con temperaturas y tamaños variables. A distancia parecen un abecedario sólido y brillante que nos murmura augurios y misterio; así vamos comprendiendo el título de la obra de Melhinda, “La estrellas también”, un título que nos contagia de inercia, de puntos suspensivos que el lector tendrá que descifrar en el transcurso del texto para responderse sus propias interrogantes: ¿Las estrellas también qué?

A primera vista, la disposición de los versos habla de esa deconstrucción a la que se hace referencia en el primer apartado del libro: “Del poemario y el autor”. En todo momento somos testigos de una lengua espacial que se apodera de la página como si fueran los brillos y haces difuminados de esas estrellas.  El título de los textos, en vez de al inicio, va incorporado dentro del cuerpo del poema; es un recurso estilístico que replantea los órdenes y los límites de esa materia oscura -la tinta- como si su núcleo se expandiera formando espirales y sonidos.  En ese sentido, al establecer contacto con la forma que adopta la escritura de Melhinda, se tiene la sensación de estar frente a imágenes simultáneas que pueden leerse y releerse de formas múltiples, como si ese poema-río, ese poema-galaxia estuviera burbujeando y hablándonos desde diversas posiciones. Esas formas contrastan con las líneas que traza la naturaleza de sus fotografías, paisajes imaginarios y reales que se alternan tejiendo sus hábitats.

Los versos introductorios “ardes/ silencio/ en mano” y “las estrellas también” van preparando el tono y el contenido total del libro. Hay muchas imágenes que destacan tanto por su magia como por su unión de contrarios, imágenes como: “oscuro jarabe”, “fuente quemada”, “palabras desangrándose en la oscuridad”, “ave ciega”, “bosque apagado”, “eco de luz”, “las sombras dejan de bailar”, “lluvia recién levantada”, etc… Son espejos que resplandecen y crean visiones fractales. Incluso cualquiera de esos versos es digno del título de algún poemario.

La presencia de los elementos atmosféricos (aire, agua, fuego, tierra) también dan cohesión y unidad a estas estrellas. Algunos poemas hacen pensar en el cubismo de Pierre Reverdy en donde el tono y el mensaje del poema quedan un suspense, en un entredicho sostenido por una sucesión de tiempos y espacios.

En la poesía de Melhinda hay ese misterio abisal que nos habla con extrañeza y escalofrío. Esto se aprecia con más fuerza en los poemas “Cuerpo a cuerpo”, “Eco de luz” y “Esculpen el aire”.

La fotografía que se baraja en su obra cumple una función de extensión y contrapeso que da acercamientos y panorámicas de entornos naturales. La división del poemario en 3 partes (Agonía, Retiro y Albor) teje perfiles y continuidad, polvo cósmico donde la voz se presenta en forma desarticulada y simultánea haciendo que el lector tenga que correr el riesgo de encontrar sus propias lecturas.

Contemplación y surrealismo, fotografía y signos, aparición/ desaparición, haces de luz que nos comparten su secreto: ese que dice que las estrellas también pueden ser cuerpos deletreados.

 (Detalle del libro, fotografía Melhinda H.)


Nota: Este texto fue leído como parte de la presentación del poemario en el mes de septiembre en Madrid.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Recital Sinvergüenza


Este jueves estaré como invitado en la Jam de poesía sinvergüenza que coordina Pepe Ramos en el bar librería Vergüenza Ajena en Madrid. Después abrá micro abierto y será una buena oportunidad de compartir la palabra. Invitación abierta y más info en el cartel.

miércoles, 28 de junio de 2017

Página umbilical: “Con un manuscrito en el horizonte” de Freddy Ayala Plazarte

Con un manuscrito en el horizonte, Freddy Ayala Plazarte, Ed. La Caída, Buenos Aires, 2016.

(El siguiente texto fue leído como parte de la presentación del poemario que tuvo lugar en la Librería Juan Rulfo del FCE, Madrid, España en primavera del 2017)


Todo poema puede ser considerado un manuscrito en la medida en que siempre se está reescribiendo a sí mismo. A pesar de su aparente inmovilidad, los signos que componen el cuerpo de un poema están constantemente amaneciendo, son un horizonte en perpetua metamorfosis, una página umbilical que nos habla en cada lectura desde distintos órdenes.

“Con un manuscrito en el horizonte” de Freddy Ayala Plazarte (Aláquez, Ecuador, 1983) responde a ese misterio de mutación en donde la palabra, la memoria y la naturaleza se trenzan para ofrecernos una escenificación del tránsito de la conciencia a través de diversas líneas espacio-temporales creando una sensación de flashes e indagaciones sobre el devenir. ¿Quién camina sobre el testamento de la piedra? (p.79).

Desde el inicio del libro se advierte un viaje iniciático que comienza con la inquietante aparición de un niño, un niño que vuelve tangible la inmaterialidad de la imaginación y del recuerdo, un niño que se descuelga del tiempo y oscila como un péndulo trayéndonos relámpagos y abismos: el niño salta el cubismo de una rayuela/ y bajo un paraguas polariza las líneas del sol (p. 27).
A la máxima de Rilke que afirmaba que “La única patria del hombre es su infancia”, Freddy nos confirma que es a partir de ese periodo en donde comenzamos a ser horizonte, alquimia y asombro.

Este rito iniciático que Freddy nos ofrece en la primera parte del libro, Carátulas de la infancia, crece y se consolida en las 4 partes restantes: Con un manuscrito en el horizonte, Códices de la memoria, Manuscritos del Mar Muerto y Réquiem de Sara. Pareciera que estemos frente a una cronología poética que comienza en la niñez y termina en un epitafio. Entre esos dos puntos más que una ruptura se advierte una continuidad.

La aparición intermitente de un zapato, de mujeres que transitan hábitats naturales, del halo de los antepasados y de la sabiduría del abuelo, nos van colmando de un empirismo que la voz poética nos revela en éxtasis contemplativo y compenetración con el paisaje regalándonos imágenes perturbadoras: hacia la noche va una estrella a chocar su pentagrama fósil (p. 48), en el horizonte los espejos ahorcan la partida de un pájaro (p. 66), La lluvia deja sus pezuñas en el aluminio de mis ojos (p. 83).

Aunada a este clima contemplativo, surge una atmósfera de thriller psicológico que hace de contraparte frente a la serenidad y la ensoñación. En todo momento de la lectura intuimos que hay una intriga sepultada, un suceso balbuceando bajo el manuscrito:

Escapa un neumático por el taciturno espejismo de la carretera/ la resonancia de una voz cuelga/ del encorvado diámetro de un cuchillo/ los ecos de ventanas/ sostienen las arrugas/ de mi rostro (p.51), acaba la sospecha de un disparo en el horizonte/ en el índice de un libro/ yace el cuerpo de una salamandra (p. 44).

¿Qué se esconde bajo esas escenas de aparente crimen? ¿Qué pistas dibuja el horizonte de la escritura para mantener en tensión la respiración del texto? Todo parece apuntar a una trama en donde el peligro de una experiencia cercana a la muerte y la celebración de la vida desdicen sus círculos para mostrarnos ese constante renacer al que somos sometidos en situaciones extremas.

Mediante una poética lúcida, en donde el lenguaje es guiado por una lámpara de conciencia que lo obliga a expulsar sus demonios de forma perfilada, Freddy nos ofrece en este poemario una ofrenda, un hábitat de signos, un agua cambiante que nos interroga y pulveriza nuestro reflejo para asistir de nuevo a su recomposición. Manuscrito y horizonte nos recuerdan aquella frase de Montaigne: No pinto el ser sino el tránsito, y en este caso, el tránsito y la perpetua reescritura de las experiencias poéticas. 


*Con un manuscrito en el horizonte obtuvo el II Premio de la Bienal Nacional de Poesía "Juegos Florales" en 2011 y el Premio Nacional de Poesía "Jorge Carrera Andrade" en 2015.