El último período geológico hasta ahora –y por ende en el que actualmente vivimos– es el llamado Holoceno. Se originó hace aproximadamente 12,000 años y se caracteriza por su calidez debido a la estabilidad climática producida por el ascenso gradual de temperaturas. Los estudiosos coinciden en que quizá se trate de un período interglaciar que lo único que hace es interrumpir “brevemente” la larga cadena de etapas gélidas que la Tierra viene sufriendo desde hace millones de años. También es cierto que no es la primera vez que esto ocurre, ya que el último período caliente anterior al Holoceno sucedió hace 100, 000 años.
Con estos datos, me viene a la mente la imagen de nuestro planeta como
un inmenso corazón helado que palpita para producir de vez en cuando cierta
armonía que nos permite a los seres vivos sentir un calor benéfico, una música
de luz. Está claro que aunque fuéramos una especie animal responsable, o al
menos consciente del daño que estamos causando, las condiciones climatológicas
igualmente cambiarían justo como lo harán en unos cuantos miles de años. Lo que quiero decir es que una nueva
glaciación es inminente y, por desgracia o por fortuna, inevitable. Quizá la
nueva etapa gélida esté ocurriendo ya, pero a diferencia de las demás, esta
nueva etapa no se esté gestando desde el exterior sino desde el interior.
Como especie nos estamos congelando, cristalizando en hielos de sangre
y en lenguas glaciares cubiertas de llagas. Las terribles confrontaciones que
ocurren a diario en cualquier punto geográfico de este inmenso corazón no hacen
sino cuestionarnos si realmente somos dignos, como lo han sido las más de 10
especies humanas anteriores a la nuestra, de formar parte de este órgano
palpitante. A veces, entre tanta vorágine y desaliento cotidiano que los
noticieros y la prensa se encargan de ensalzar para ganar adeptos, observo un
simple detalle de un hombre o mujer anónimos y desconocidos, de un amigo, de un
familiar, del panadero, del niño en el parque, leo un poema, veo una pintura,
escucho hablar a un anciano… y en ese detalle casi desapercibido encuentro una
chispa, una pequeña fricción que me devuelve el aliento. Son en esos pequeños
detalles en donde encuentro la grasa y la combustión para seguir generando
pétalos de fuego.
Antes de que la Tierra vuelva a enfriarse intentemos al menos poblarnos
de brasas, de humanidad. Antes de que la Tierra vuelva a enfriarse generemos
calor frotándonos las manos con la cotidianeidad de los días. Antes de que la Tierra vuelva a enfriarse dejemos que el sol amanezca desde dentro.
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