viernes, 30 de enero de 2015

Ladislas Starewitch y la consecución de lo imperceptible


Starewitch acompañado de su hija en su taller


Gracias a Metamorfosis, la exposición que la Casa Encendida organizó como homenaje a 4 pioneros del cine de animación, tuve un primer contacto con la obra de Ladislas Starewitch. Este acercamiento me dejó profundamente cautivado no sólo por el despliegue de materiales que ofrecía la exposición, sino por lo que esos mismos materiales hablaban con sus cuerpos mudos.

Además de cineasta autodidacta, Ladislas Starewitch fue entomólogo; de hecho, uno podía ver en la exposición parte de su colección personal que reúne una variedad de insectos como libélulas, mariposas, abejas y escarabajos.

Es a partir del campo de la entomología donde Ladislas daría un paso insospechado hacia el cine de animación. El propio cineasta nos cuenta que un día de 1910 tuvo la idea de filmar el combate de dos ciervos volantes (una especie de escarabajos), pero al intentarlo observó que los insectos se molestaban debido a la luz  de los focos. Así que sin más, tuvo la idea de hacer dos réplicas articuladas e irlas moviendo milimétricamente captando imagen por imagen cada minúsculo cambio de posición. El resultado fue por consiguiente una operación de magia: lo inanimado había cobrado vida mediante la simulación del movimiento y la técnica del stop-motion.

Gracias a este destello, pude descifrar en el universo de Ladislas una reflexión y una suerte de enigma: la consecución de lo imperceptible hace que las obras nazcan. Todo artista -al menos en su proceso de interiorización- trabaja en solitario, es decir, se vuelve imperceptible ante la mirada ajena. De esa atmósfera imperceptible van generándose pequeños movimientos  que en su conjunto dan por resultado una simulación, una obra. En ese sentido, el universo de Ladislas encarna la magnitud de dos componentes ineludibles: la dedicación y la paciencia.

Salvo en casos aislados, las obras no son fruto de un solo trazo sino de un diálogo detallado que desemboca en una simple y compleja paradoja: la consecución de lo imperceptible es lo que origina que las obras tengan percepción, y esa percepción es quizá un movimiento simulado de la experiencia que lo provoca.

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miércoles, 21 de enero de 2015

De la poesía como préstamo

Las tres Gracias (Rubens)


Los poemas están hechos con las palabras que usamos a diario y, en ocasiones, con ciertas variaciones, mutilaciones y transfiguraciones que proceden de las mismas. Esto me lleva a pensar que la poesía no consiste en inventar versos sino más bien en escuchar a las palabras y enamorarlas unas con otras. El poeta no inventa, el poeta construye: es un arquitecto que se vale de la materia prima más milagrosa -el lenguaje- para edificar sobre una página en blanco una sombra arrojada al abismo que su propia voz dibuja. La voz de un poeta no se distingue por su invención sino por su forma de enamorar sonidos e imágenes. El poeta, por lo tanto, no es dueño de sus palabras ni mucho menos del lenguaje. La función del poeta no reside en poseer las palabras sino en tomarlas prestadas. La poesía es un préstamo, un regalo que nace para devolverse a sí mismo: a todos y cada uno.

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