miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Huésped en mí


(Durante la cena de navidad de hace 5 años escribí un pequeño texto secuenciado que se ocupa del tema de Cristo y que encaja un poco con la tradición del poema místico. Ahora lo comparto como aperitivo a estas fiestas. El poema pertenece al libro “Luz anfibia”, los dejo con “El huésped en mí” y felices fiestas!).





*

Es ya casi la hora. Aguardo
impaciente en mi morada.
Temo no reconocerte.
Sabré de tu llegada por mi ausencia.


*

Suenan las doce. Llamas
a la puerta. Abro.
No veo a nadie.
Entras desde mí.


*

Ignoro cómo logras llegar a todas partes
sin desviarte del camino.


*

No tengo urgencia porque los días
pasen rápido. Tampoco porque el paso
de las horas se haga más lento. Todo
lo llenas con tu presencia. Contigo
el tiempo no me estorba.


*

He preparado cordero y escanciado
un poco de vino. No te sorprende
que en la cena haya restos
de tu propia muerte.

  
*

Hálito vacío. Colmas
mi corazón desdichado.


*

Sin venir has visitado mi hogar. Sólo
tú posees el don
de emprender el viaje
sin haber partido.



De mi poemario "Luz anfibia" (Editorial Amargord) -Mención Especial del Jurado del Premio de Poesía Universidad Complutense 2010-.



martes, 17 de noviembre de 2015

Daniel Bernal Suárez: "Escolio con fuselaje estival" o el signo constelar




Mi primer contacto con la escritura de Daniel Bernal Suárez fue su poemario titulado Escolio con fuselaje estival. Desde un comienzo, el título me hipnotizó como si se tratara de un código críptico, y ese misterio se acentuó justo cuando inicié la lectura.  
 
Un escolio suele referirse a una anotación o comentario al margen acerca de un texto; en ese sentido, pareciera que los poemas del libro fueran los testigos presenciales del texto que transcurre en el mundo, calcografías de lo que el poeta anota o comenta sobre las formas y ritmos que acontecen en el universo. Bajo este aspecto, podríamos enraizar el poemario con la tradición simbolista francesa que concebía al universo como un texto y al texto como un universo; dicho con más precisión, Daniel Bernal recoge con singularidad una de las pautas más sugerentes de la poesía moderna: la de la teoría de las correspondencias, el diálogo entre los diversos órdenes que pueblan nuestra realidad.

Escolio con fuselaje estival está estructurado en 4 partes: Pleura equinoccial, Anagrama mnemotécnico de un cuerpo perdido, Escolio con fuselaje estival y un Apéndice. En las tres primeras partes, en lo que se refiere a la forma, asistimos a una constelación de signos que se despliegan y se contraen, que se mueven en el espacio de la página dando la sensación de cambios de gravedad en la lectura y en la sintonía que se desprende de la distribución de los versos. Por momentos parece una partitura musical, un registro rítmico de la voz y el universo.

Los temas del tiempo, el pensamiento, la disgregación de la conciencia, la aprehensión del mundo, la muerte, el erotismo, se van sucediendo a modo de disolvencias articuladas. La presencia del agua como fuerza cósmica creadora tiene un papel determinante. Constantemente aparecen pinceladas que nos revelan un intercambio de anatomías entre lo atmosférico y lo humano: “el arcano himen del océano”, “el oleaje de las venas”, “el cuerpo que deseas gotea un centelleo”, “presiona el mar el prepucio de los tallos”, “dulcificados esfínteres sobre la tinta astral”, “el insomnio y su germinación basáltica”, “el tallo ocular de los racimos”, “un vegetal me veo, un vegetal me siento”… Hasta que los límites desaparecen y surgen pasajes tan reveladores como los dos siguientes:

Veo nadar mis células en un agua tenue: habré de ser el mucílago impenetrable de un eclipse. Veo mis branquias arder en lavas recientes. Sobre la hoja la célula aislada de un cultivo: aguas resonantes combaten su membrana. (ante el asedio me enquisto en un cráter larvario)


***

mi rostro putrefacto de amatistas
refleja el instante fisiológico
la noche el caracol el mediodía
reverdece la luz magnética: me atenúa
y se desdobla en paraguas el pensamiento

Igualmente, es reconocible la fusión entre el microcosmos y el macrocosmos y la constante referencia a pequeños agentes minerales u orgánicos, hecho que nos hace pensar en los gérmenes de Jules Supervielle. Esta característica quizá se deba al interés que el poeta tiene por las Ciencias Biológicas, estudios a los que se ha encaminado. Esto explicaría a su vez la original y lograda combinación de campos semánticos que encierran muchas de las imágenes del libro. Daniel incorpora al lenguaje poético las nomenclaturas biológicas y científicas liberándolas de sus conceptos y dándoles una nueva vida a través del lenguaje. Esta es sin duda una de las labores principales de la poesía: reavivar las palabras mediante ellas mismas. 

No debiéramos pasar por alto la inclusión del mar como elemento paisajístico o metafórico. Dentro del imaginario de la poesía canaria, el mar se libera de su geografía material para habitar las páginas de una tradición insular que ha sabido oler la brisa universal de otros parajes, hecho que sin duda puede apreciarse en la espuma de este poemario.

Finalmente, el libro se cierra con un Apéndice donde los puentes entre ciencia y poesía se hacen de nuevo notar. En él, Daniel nos ofrece un bosquejo de referencias que constituyen, en mayor o menor medida, un marco contextual de su poética. La labor crítica del poeta frente a su obra, rasgo hereditario desde T.S. Eliot y Baudelaire hasta nuestros días, es el duelo en que toda creación se debate consigo misma hasta alcanzar su más agudo grado de expresión para el que fue concebida. Daniel Bernal hace de su voz esa óptica meticulosa bajo la cual los versos transitan como microorganismos precisos en una Caja de Petri. Esos microorganismos de pronto adquieren proporciones gigantescas y nos convidan la disección del signo entre lo cognitivo y lo metafísico. Poesía de disección y de liberación: el signo constelar que surge de lo imperceptible.


***


 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Rebeca del Casal, "Permanecer": hacia una poética del tacto




Hace 5 años tuve la oportunidad y el gusto de presentar el primer poemario de Rebeca del Casal titulado Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida. Ahora, tengo el placer de reencontrarme con la escritura de Rebeca mediante la aparición de su segundo poemario, Permanecer,  publicado hace unos meses por la editorial Tigres de Papel.

Más que elaborar una reseña o una visión general del libro, me gustaría centrarme en un detalle  que me pareció revelador: el tratamiento que Rebeca hace del tacto. Si bien el poeta Óscar Curieses resaltó en su momento la importante presencia que tienen las manos en los poemas de Permanecer, lo cierto es que en la lectura esa presencia adquiere una mayor relevancia porque trasciende la imagen para convertirse en una especie de poética, es decir, una suerte de estudio y concentración sobre el arte de “tocar”.

El libro está estructurado en 3 partes: Los días fértiles, Duelo e Inmortalidad*.  En la primera parte, Los días fértiles, la mirada se extiende como una red orgánica, como una mano elástica e invisible que toca el vuelo de un puñado de aves o las hileras de orugas en la tierra trazadas por el invierno. Mirada cenital que logra hacer de lo ínfimo y lejano una piel sentida como propia. Rebeca nos enseña a tocar con los ojos y nos ofrece detalles ceremoniosos: “El dedo se me ha quedado frío de apuntar al cielo./ Guardo una mano en mi bolsillo/ y la otra en tu mano”.

De igual forma, el tacto no se limita a tocar sino también a ser tocado. La poesía de Rebeca cuestiona el rol de la mujer como recipiente de la creación sin dejar de lado una suerte de erotismo sagrado: “Mi ombligo será/ la copa de tu semen”. La experiencia sensorial del cuerpo femenino frente al ciclo hormonal o al encuentro con el amante son otras de las escenas que Rebeca retrata para recordarnos que no sólo el tacto se limita al exterior sino al interior, la piel no es una pared sino una frontera.

En la segunda sección del poemario, Duelo, el tacto deja de ser rebelde, contemplativo y explorador para dar paso a una fragilidad tanto existencial como corpórea. De pronto surgen imágenes de manos amputadas, de manos cercenadas, de manos en tensión constante entre lo racional y lo pasional, entre el corazón y el cerebro. Extirpación de lo que pudo ser y cesó su fulgor: “Menstruar la semilla,/ ungir con sangre la frente./ Una cruz de ceniza en la matriz”.

La identificación del cuerpo con los árboles y la flora cobra una perspectiva metafórica. El yo poético se despliega de su piel y adquiere proporciones vegetales que se duelen y se recrean con la poda y las bifurcaciones, con la corteza y el brote, pero que a su vez se sustenta en su raíz, su permanencia: “La raíz/ no sólo es permanencia, es también yema,/ herencia-esqueje,/ de la condición/ de bípeda cepa”.

En la última sección, Inmortalidad, el tacto aspira a la trascendencia, al asentamiento de la nostalgia y al adiós. La evocación del pasado, las despedidas, la genealogía, el ojo de una estatua cómplice, dan un aire de liberación y desprendimiento. De pronto el cuerpo se encuentra consigo mismo: “Junto las manos,/ es más fácil/ calentar la piel al contacto con otra piel,/ aunque pertenezcan al mismo cuerpo”. En contraste, también acudimos al desencuentro de dos cuerpos en un adiós que parece indecible: “Desnudarse mutilando el abrazo,/ deconstruir/ esa articulación”.

Sería injusto de mi parte no alejarme un poco de esta línea temática para referirme a otros hallazgos luminosos que nos ofrece Permanecer. Hay versos de una sutileza y una elegancia que ponen en balanza lo visceral y lo idílico (“Y bajo el agua se adivinan sombras”, “la ternura no es la espalda de la pornografía”), hay imágenes tan palpables que nos contagian de sus paisajes sumergidos (“Ensangrentado altar que nos sirvió de almohada”), hay poemas como Ese pececito de color, Super Glue o Piedra, que alternan las atmósferas de lo hogareño y cotidiano con las de lo conceptual y lo alegórico. Igualmente es muy interesante el diálogo sostenido que Rebeca mantiene con la sacerdotisa Diotima en las citas que preceden a cada sección; es quizá una suerte de raíz que atraviesa el crisol de las páginas para ensartarlas en una conciencia propia del libro.

La piel es el órgano más grande del cuerpo humano y también el que nos diseña en forma y unidad. Sin que se lo proponga explícitamente y sin que sea su único cometido, la poesía de Rebeca nos muestra las múltiples formas de tocar y ser tocados, y también la conservación de nuestra superficie única. Quizá la única forma de permanecer es trascendiéndonos, y esta es una de las pócimas que Rebeca asoma en su escritura. A pesar del movimiento -al ser piel, amor y tacto- somos raíces en nosotros mismos.


*El libro contiene un último apartado en el que la autora conversa con el poeta Óscar Curieses.


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